José Rafael Sosa
El Coronel no tiene quien le escriba, basada en la novela de Gabriel García Márquez de 1991, ha tenido una reposición de gloria y estilo en Sala Ravelo y es mucha la gente que se quedó sin boletos.
Es esta la novela de la desesperanza, de la ingratitud oficializada y la miseria rural de una Colombia que hemos conocido por la escritura del Gabo.
La obra fue escrita durante una estancia en París, en 1955, cuando fue enviado a la Ciudad Luz a cobertura de prensa para el medio escrito para el cual laboraba como periodista, pero no fue publicada sino hasta 1961. El coronel no tiene quien le escriba es una novela breve estructurada en siete capítulos. Se encuentra narrada en tercera persona.
Llevar a escena un moderno clásico de la literatura latinoamericana y universal implica, primero disfrutar de un texto que sentimos próximo, valiente y comprometido y, segunda, nos permite disfrutar de nuevo la calidad actoral del elenco y en especial de Elvira Taveras, Henssy Pichardo, Augusto Feria y Orestes Amador, actor bailarín y escritor inédito.
El quehacer de la nada
Producir teatro de calidad implica costos, a menudo agotadores, cíclicos y previsibles, tal cual la piedra que será siempre encontrada en el camino.
Desde luego, antes de llegar a escena, nadie tiene idea de las muchas jornadas que hay que agotar en la producción para que el milagro escénico vuelva a ser. Nadie imagina la cantidad de cartas con propuestas de patrocinio, de visitas a despachos que deciden el apoyo, de llamadas y correos que deben ser encaminados, la mayor parte de ellos destinados al vació, a la papelera física o a la virtual, lo mismo da.
Los elementos técnicos
La ventaja de volver a presenciar un montaje, es la posibilidad de encontrar en el mismo trabajo, nuevos elementos desapercibidos antes o a los que no dimos la trascendencia debida.
Uno de ellos es la gestión del espacio teatral. La escenografía (Ángela Bernal) se adapta al entablado para ofrecer cuatro ambientes (la habitación – sala, dormitorio y cocina- de la casa del retirado coronel), la estación de correos del pueblito, la sala de la casa del político y la zona del danzar con el gallo, empeño que realiza con elementos sugerentes, funcionales y simples, salvo el caso de la hamaca que la percibimos estrecha e incómoda para el descanso.
El vestuario (Lía Ross) es otro aporte que merece consignarse: el ropaje del campo, desgastado de la pareja central (Amador y Taveras), la impecabilidad del traje de Don Saba (Augusto Feria.
El universo lumínico (del cual la ficha técnica no da cuenta de quien lo asume) juega un papel que refuerza los diversos momentos o estampas en que se divide la acción interpretativa, separada por bajadas a negro.
La actuación
Orestes Amador como (Coronel), se luce y transmite la idea del desamparo. Evidencia el dominio de sus tonalidades vocales, el desempeño corporal, su organicidad y su entrega a la responsabilidad de encarnar al personaje principal.
La danza silente que hace el joven actor José Vicente (Gallero) y Amador (bailarín de danza moderna) es una de las mejor realizadas en teatro de este año, por la exquisitez de sus movimientos, su delicadeza simbólica teniendo entre ellos un gallo real. Con esos dos números de danzar esenciales, la obra aporta una experiencia inolvidable al espectador.
Elvira Taveras vuelve a evidenciar las muchas razones por las que se le considera una maestra de la actuación que nos ha proporcionado desde el escenario, tantas emociones.
Augusto Feria, un talento del que hemos sostenido tantas veces, que merece más que buenos papeles, el homenaje de todo el país. Como el político especulador y arribista, se luce.
Henssy Pichardo (el doctor) es otro que suma a los arcos dramáticos con tintes de humor del montaje y merece todo reconocimiento.
Cindy Galán (la encargada de la oficina de correos y la esposa de Don Saba) entrega frescura al conjunto expresivo y Jovanny Pepín (el Abogado) cumple con corrección pero sin excederse, su papel.
La dirección bajo la responsabilidad de Manuel Chapuseaux, supo coordinar sus componentes, ajustar lo artístico y sus recursos en procura de ofrecer una experiencia estética intensa.