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Santo Domingo

Identidad cultural, reforma fiscal y cine dominicano

Humberto Almonte

Analista de Cine

Las recientes discusiones sobre el cine dominicano nacidas de las propuestas del estado dominicano tendientes a eliminar los incentivos de la ley 108-10 estuvieron mayoritariamente enmarcadas alrededor de lo económico tanto desde el sector estatal, que no resaltó por ningún lado lo cultural como argumento, como del conglomerado de los cineastas, aunque en este último se subrayó muy tímidamente lo cultural y de que algunos cineastas alzaran sus voces en esta línea, la parte central estuvo centrada casi absolutamente en cifras y aportes económicos.  

El cine es un arte y una industria, verdad de Perogrullo que debemos repetir una y otra vez puesto que parece olvidarse. Pasada la tormenta la Universidad Intec y su Comité de Cine celebraron el foro “Ley de cine ¿Hacia dónde vamos?”, allí la cineasta Violeta Lockhart, el analista cinematográfico Félix Manuel Lora y quien les habla, puntualizaron la importancia de lo cultural e identitario en el cine mundial y dominicano, recordando la necesidad de no disociar lo financiero de lo cultural en el contexto de la articulación discursiva dentro de la cinematósfera dominicana. 

Si nos fijamos en las películas que han trascendido en festivales, muestras o actividades en instituciones académicas en el exterior, están Ramona de Victoria Linares Villegas, Nana o Vals de Santo Domingo de Tatiana Fernández Geara, Morena (s) de Iván de Lara y Vicky Apolinario, Cocote de Nelson Carlos de los Santos, Convivencia de Jose Gómez de Vargas, El Fotógrafo de la 40 de Erika Santelises y Orlando Barría, Caribbean Fantasy de Johanné Gómez, Zemí  de Víctor Arcturus Estrella  o Tú y Yo de de Natalia Cabral y Oriol Estrada, entre muchas otras, todas están centradas en lo histórico, lo identitario o la composición social, componentes esenciales de la cultura dominicana, y esa mirada debería interesarnos pues significa que desde otras sociedades captan los matices de lo dominicano. 

 

Es importante por las razones anteriormente expuestas que ese cine con esos valores le llegue a todos los sectores a lo largo y ancho del país, pues si ponemos el oído en las opiniones de la gente, del pueblo llano, y se necesita que esas propuestas cinematográficas les lleguen puesto que el consumo del publico se basa, en su mayoría, de un cine con mejor posicionamiento que está muy lejos del discurso de ese   “otro cine” que goza en estos momentos de menos alcance que aquel cine  “más comercial ”. 

La necesidad de extender la discusión, tanto dentro de las estructuras estatales como las que producen cine, nos lleva a traer algunas experiencias del cine y la cultura francesa en su defensa sectorial por medio de la “excepción cultural” planteada por el ex ministro de cultura Jack Lang y de la “emoción cultural en el cine” Daniel Toscan Du Plantier, ex presidente de Unifrance y ex director general de Gaumont.

La excepción  cultural francesa 

La excepción cultural francesa, ideada por Jack Lang, Ministro de Cultura de Francois Miterrand en 1981, garantiza a las obras nacidas de la imaginación y la sensibilidad humana, no competir con las mismas reglas aplicadas a las mercancías industriales en razón de su natural delicadeza. El éxito en la recuperación del mercado francés fue evidente y en el 2023 la cuota de mercado dentro del país fue de un 39,8% (71,9 millones de entradas), muy lejos de los otros socios de la UE.

Esa ley de la excepcionalidad cultural francesa está hecha para que la cultura, y en este caso, el cine francés, no quede desprotegido ante las malas artes de las estrategias económicas non sanctas. Los bienes culturales o la industria cultural local deben ser incentivados para que puedan competir con cierta justeza y no verse avasallados por los intereses económicos extranjeros. Esto es lo que han hecho los franceses.

Cuando la Francia del General Charles De Gaulle creó el Ministerio de Cultura, dotándolo de un presupuesto que le permitiera apoyar desde el Estado a este sector, estaba iniciando una revolución y un marco de referencia para unos tiempos que, lamentablemente, han llegado. El de la relatividad y del “todo se vale”. 

No es tan simple como lo afirma Mario Vargas Llosa, que “a la cultura no hay que defenderla”. Aunque en eso estemos de acuerdo, creemos que hay que apoyarla, promoverla y dotarla de recursos. No es dejando a los creadores y a las instituciones a merced del mercado o de productos culturales que solo buscan estimular el sexismo, la violencia o los prejuicios, entre otros intereses ajenos a la construcción de una sociedad menos desigual.  

El cine es una experiencia colectiva, pensada para ser expuesta en una sala grande y oscura, en computadoras, celulares, televisores, tablets, en pantallas exteriores, en compañía de un número nutrido de personas. Por eso este medio es un caballo de Troya para publicitar las ideas,  los gustos y moldear los valores de una cultura, por lo que esa diversión no es ingenua como lo saben los científicos sociales, los pensadores o los políticos que nos gobiernan. 

El cine como emoción cultural 

No es necesariamente un común que los grandes productores se detengan a reflexionar sobre el cine y sus características culturales, pero es que el francés Daniel  Toscan Du Plantier  no es un productor ajustado a los estrechos moldes usuales de este oficio como lo demuestra en las 165 páginas de su libro “La emoción cultural”, editado por el Instituto Mexicano de Cine (IMCINE) y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) de México.

Después de todo, fue director general de la productora y distribuidora Gaumont, presidente de Unifrance Film Internacional, equivalente francesa de la Motion Picture Export Association de Estados Unidos y vicepresidente del canal franco/ alemán Arte. Todo un prontuario que no refleja del todo sus aportes al cine y a la cultura en general.

Toscan Du Plantier tiene entre sus epopeyas memorables la batalla que libró junto a figuras de la cultura francesa y europea para obtener la excepción cultural en el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y de Comercio (GATT) de 1994 y cita lo dicho como argumento en la página 59 del texto suyo: «Nosotros no somos un asunto como los otros y pretendemos que hay otra cosa que pertenece a la esfera del espíritu», y así se logró excluir a la cultura con el argumento de pertenecer a un estamento más alto, al del espíritu humano.

En varios de los párrafos, Toscan da pistas sobre la inteligencia del espectador, ese al que muchos estudiosos y gente del negocio tilda en ocasiones de tonto, iletrado o despistado, pero este sagaz observador va en una dirección diferente al de estos conceptos prejuiciosos arrojándonos estas palabras: «Podemos preguntarnos si la película no es una proposición que la visión del espectador transforma en realidad».

Apunta el autor sobre la efectividad emocional del séptimo arte y a su vez, lo señala como contrario a la reflexión, pues según él a lo sumo induce a pensar a posteriori: «Se ve una película, luego se piensa, pero no se piensa durante la película. De lo contrario, la película no funciona». Creo que quizás no se piense muy conscientemente, pero se piensa.

¿Por qué le aplica el sello de autista al cine? En la pagina 127 asevera que: «Se habla poco y cuando se habla, se dice muy pocas veces lo que se quiere decir», y remata su observación en la página 129: «El cine no dice nada. Pero nos hace sentir todo y al final de las películas los espectadores saben, al parecer, todo lo que no se ha dicho».

The End o… ¿continuará?

Tanto en su estructura económica como con la profundización de los aspectos culturales, la fallida intención de derogación de los incentivos de la ley 108-10 plantea retos al Estado y a los creadores cinematográficos orientados hacia modificaciones en ambos sentidos  que continúen el crecimiento y la evolución de nuestro cine. 

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