Osvaldo R. Montalvo
El Dilema del Prisionero es quizás el caso más interesante e ilustrativo de la Teoría de Juegos. Esta es el estudio de las estrategias de que disponen varios actores con objetivos iguales, distintos o en conflicto. Este dilema va como sigue: dos delincuentes (cometieron el hecho del que se los acusa) son detenidos por un fiscal. Este les ofrece a cada uno, separadamente, que si acusa al otro él saldrá libre. La estrategia del fiscal es, obviamente, que por lo menos uno de ellos acuse al otro. Un mejor caso sería que ambos se acusaran mutuamente.
El fiscal no tiene ninguna prueba objetiva, tiene que basar su acusación en una confesión. Confesión de uno a otro, particularmente, o de uno a otro, mutuamente. De manera que si los delincuentes guardan silencio, si no se acusan mutuamente, ambos salen libres. Pero no lo saben. No saben que el fiscal no tiene pruebas, como no saben lo que hará el otro delincuente.
Claramente, la mejor estrategia para los delincuentes (la peor para el fiscal) es callar, no hablar bajo ninguna circunstancia. Callar ciegamente. Para lo que, sin embargo, necesita confiar el uno del otro también de forma ciega. Y aquí es donde radica el problema: si sólo uno (peor en el caso de que los dos) desconfía del otro, hablará. Y si habla probablemente caerán ambos.
“En una fortaleza sitiada, toda disidencia es traición”.
Ignacio de Loyola
Parece fácil: tenerle confianza al otro, tenernos confianza mutuamente. Pero en la confianza intervienen muchos elementos: en el pasado, ¿ha sido siempre fiel quien hoy nos pide confianza? Si no es el caso, ¿por qué pensar que hoy va a honrar su palabra? A quien antes ha delatado a otros para salvar su propio pellejo o por sacar ventaja para sí mismo, ¿le tendremos confianza hoy, cuando nos pide nuestro apoyo?
Sin embargo, hay circunstancias en la vida y en la historia –como la que vive actualmente la República Dominicana- en que o todos nos mantenemos firmes y leales a un principio: no permitir un solo extranjero con status de refugiado en el país, independientemente de su nacionalidad. O perdemos el país. Independientemente de lo que haya pasado en el pasado, de lo desleales o indiferentes que hayamos podido ser entre nosotros.
Encuadremos el actual proceso en que se encuentra la República Dominicana en que las potencias occidentales –EUA, Canadá, Francia- le quieren imponer el costo monumental de la crisis haitiana. Que sea la República Dominicana quien pague el costo de la crisis haitiana, que la pague de distintas maneras: demoliendo su presupuesto nacional, destruyendo los espacios públicos, importando violencia y enfermedades. Inseguridad, socavando las bases objetivas y subjetivas de la reproducción económica. Todo con tal de que los haitianos no emigren hacia los países imperiales, no importa que destruyan la República Dominicana.
Como analizamos en otro lugar (Economía política de la invasión haitiana a la República Dominicana, 2024), el Plan de Fusión empieza como una estrategia de ganar-perder para las potencias, ganan ellas, pierde más que proporcionalmente la República Dominicana (un juego todavía más draconiano que el de suma cero: pierde el perdedor más de lo que gana el ganador).
El nuevo truco es buscar la manera de declarar (fuera de jurisdicción, no importa) a los haitianos en el país “refugiados”. Declararlos refugiados para que no puedan ser deportados, para que eventualmente tengan que ser nacionalizados. Para que ocupen indiscriminadamente los espacios públicos. Para que sean mantenidos con el presupuesto público de los dominicanos. Para que destruyan la República Dominicana.
Obligar al país a confesar que firmó lo que no firmó, a que la declaración de refugiados, con todas sus pesadas consecuencias, no dependa de la voluntad de los dominicanos. Que la declaración se haga en Nueva York para que la paguen y sufran los dominicanos. Y todo bajo el manto agujerado de “los derechos humanos”.
Si la ONU-Acnur y demás instituciones asociadas en el Plan de Fusión logran que la República Dominicana acepte formalmente la entrada al país de un solo “refugiado” haitiano, será la perdición definitiva del país. Porque por el ojo de esa aguja entrará todo Haití a la República Dominicana, las razones huelgan.
Por esto, en estos momentos aciagos por los que atraviesa la República Dominicana, tiene que ser una consigna instintiva, visceral, de sobrevivencia. Un grito de desesperación y furia. Tiene que ser un rugido animal el decir y defender: “no aceptamos refugiados, de ninguna nacionalidad. Y punto.”