Carmen Imbert Brugal
Comienza el cuarto mes del año, coincide el inicio conel final de la frágil y fugaz tregua política. La dirigencia partidista decidió hacer una pausa en los afanes proselitistas que en tiempo de redes sociales y programas especiales resulta difusa.
El propósito fue evitar la mezcla del asueto santo, también mundano, con los dimes y diretes de la campaña electoral.
El descanso permitió que amainara la candela del desastre penitenciario más que conocido por todos, pero acallado y encubierto por intereses y órdenes superiores, con la complicidad de quienes saben atizar el fuego o apagarlo.
Asimismo, quedó fuera de los pendientes el asunto mejor manejado por los estrategas del oficialismo: las relaciones dominico-haitianas.
Y durante el receso, Haití celebró la culminación del canal de la discordia y la fantasía. “El proceso no ha sido fácil, pero la recompensa valió la pena”, así fue comunicada la hazaña.
De inmediato se produjo el asombro también el repudio en las comunidades afectadas; el desconcierto y la desprotección ante la ocurrencia presentida.
“El río amaneció seco”, fue la expresión de la derrota luego de que el canal comenzara a sustraer las aguas dominicanas. Los agricultores de “Carbonera”, “Los Socías” y la “Reserva de Vida Silvestre Laguna Saladillo” definieron como grave la situación.
Hacer el recuento del comportamiento de la ciudadanía en esta jornada, sería inútil. Queda la constancia del desorden, el descaro, de la insubordinación y la violencia, de la imprudencia, de la trasgresión y el desafío a la autoridad. Presente estuvo la inutilidad de leyes, resoluciones, reglamentos.
Prevalece la convicción de que “na e na” y en campaña todo se vale.
El saldo del asueto estará en las cifras y en su interpretación acomodaticia para abonar la ficción y eludir la realidad trágica, la cotidianidad caótica y violenta.
Sorprendentes fueron los reclamos del clero católico. El mensaje de la jerarquía no se redujo a las tradicionales 7 Palabras, comentadas en la Catedral Primada de América.
Primó en las diferentes parroquias la denuncia de los problemas nacionales. Lejos de la solemnidad y la brillantez de otrora, frente a una feligresía desganada, el púlpito hizo peticiones más terrenales que divinas.
Presa de los pecados capitales, comprometida con el encubrimiento de las infracciones cometidas por un sacerdocio concupiscente y ladino, algo debe hacer la jerarquía para recuperar terreno y reavivar la fe.
Extrañan las monsergas, las demandas, debido a las excelentes relaciones que tiene el presidente con las iglesias, no solo con la católica fe que profesa con devoción.
En la campaña electoral pasada muchos templos funcionaban como locales de partido y después del triunfo, las homilías avalaban el compromiso con el partido oficial y reclamaban recompensa al gobierno.
Las demandas eclesiales provocarán la reacción condigna para atenuar el disgusto. Comienza abril con sus aniversarios y conmemoraciones, con el avivamiento de epopeyas olvidadas, con la necesidad de la obligada evocación.
Este es un abril diferente por la temporada electoral, rumbo a la celebración de los comicios presidenciales y congresuales. Campaña sin novedad ni estridencias, con la opacidad propia de un presentido resultado.