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Santo Domingo

Cine iraní, entre la crisis política, el islamismo conservador y la censura

Humberto Almonte

Analista de Cine

La convulsa situación del país de los persas se ha prolongado en tiempo y espacio abarcando caídas de emperadores, revoluciones religiosas, la guerra con Irak, protestas pro-democracia y conflictos diplomáticos con occidente debido a la cuestión nuclear, pasando  por los ejercicios conservadores de Alí Jamenei y Mahmud Ahmadineyad, los periodos de los expresidentes islamistas moderados ayatola Akbar Hashemí Rafsanyaní, Mohammad Jatamí y Hasán Rohaní, hasta volver al conservadurismo del mandatario actual  Ebrahim Raisi. 

La cultura persa es de una riqueza extraordinaria; cuna de pensadores y poetas como el famoso Omar Kayyan, autor de Las Rubaiyat, poemas exquisitos que perduran como muestra de la profundidad de los pensamientos allí expresados. Esta cultura se ha caracterizado siempre por la tolerancia hacia otras formas de pensamiento, en su época de conquista, respetaban las ideas religiosas y se adaptaban a las costumbres de los pueblos conquistados. 

En 1979, con el triunfo de la revolución encabezada por el Ayatolah Jomeini y los clérigos que lo acompañaban, impusieron una teocracia que redujo aun más las escasas libertades creativas que gozó el cine iraní dentro del régimen opresivo del Shah Mohamed Reza Pahlevi. 

Todos los cineastas, desde el encarcelamiento a Jafar Panahi hasta tiempos muy recientes, los problemas de la familia de Mohsen Makhmalbaf y del internacionalmente aclamado Abbas Kiarostami, se han encontrado con serios obstáculos a la hora de filmar sus películas, incluyendo la ridícula exigencia para las mujeres, sobre el uso del velo, aunque sea dentro de las casas o los autos, negándose de plano estos directores a falsificar la realidad y buscando formas artísticas de expresión sin caer en la autocensura.

Uno de los últimos episodios es la pena a Saeed Roustayi, quien ha sido condenado a seis meses de prisión, acusado de “actividad de propaganda contra el régimen” por proyectar Los hermanos de Leila, historia de una mujer que se enfrenta a dificultades económicas y a la corrupción en Teherán, en el Festival Internacional de Cine de Cannes 2022 sin tener autorización del Ministerio de Cultura y negarse a corregirla. Deberá cumplir nueve días y el resto de la pena “será suspendida durante más de cinco años”, durante ese tiempo tendría prohibido filmar. 

Tres obras  que muestran tanto las dificultades como las restricciones para desarrollar un cine con libertad creativa, y que a su vez retratan la realidad en la que vive su sociedad. Las tenemos en las películas Persépolis, dirigida por Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, Nadie Sabe Nada de Gatos Persas (No One Knows About Persian Cats); obra del cineasta Iraní-Kurdo Bahman Ghobadi y Los osos no existen (Khers Nist) de Jafar Panahi.

Las películas como espacios de libertad y reflejo de la sociedad

Persépolis (2007) es una película de animación basada en la novela gráfica del mismo título, que narra la historia de una niña en el Irán de los años 70 con los abusos del régimen del Shah, hasta la toma del poder por los ayatolás imponiendo sus ideas religiosas, encarcelando gente, obligando al uso del velo, y en ese contexto Marjani, ya convertida en una adolescente, es enviada a Viena.  La obra incluye la guerra Irán-Irak (1980-1988) como telón de fondo.

Las voces de los personajes fueron interpretadas por un grupo de renombrados actores y actrices, entre ellos Chiara Mastroianni, Catherine Deneuve y Danielle Derrieux.

El blanco y negro en que está hecha Persépolis refleja claramente las intenciones de los realizadores de resaltar la visión restringida de unos gobernantes sobre una sociedad que los aupó al poder para salir de una dictadura, y sin embargo, terminó en un régimen con tintes conservadores, donde se limita el ejercicio de ciertas libertades.  

Obra que refleja un ambiente claustrofóbico, triste, en donde crece una joven que en su etapa de cambios se enfrenta a la gran autoridad patriarcal, a un gobierno que regula hasta en sus últimos detalles la vida social del individuo, qué música debe escuchar, què libros leer y hasta cómo caminar.

 

A pesar de las mayores libertades de Marjani en su vida europea, choca con ciertos prejuicios en la muy distinguida Viena, y de ese enfrentamiento sale la reafirmación de la identidad cultural de nuestra protagonista.

En el Festival de Cannes 2007, Persépolis se llevò la Palma de Oro, aunque perdió el Óscar ante la mejor película animada, Ratatouille.

Nadie Sabe Nada de Gatos Persas (No One Knows About Persian Cats-2009-) narra la historia de dos jóvenes músicos, un hombre y una mujer recién salidos de la cárcel, que proponen formar un grupo musical y en esas búsquedas recorren los ambientes del submundo de Teherán. Más tarde, al prohibirles las autoridades cantar en Irán, planear escaparse a Europa, pero esto no les será fácil. 

No One Knows es recorrido por los ambientes de la música underground iraní, rodada como un semi documental por su realizador Bahman Ghobadi sin el permiso de las autoridades y en condiciones muy complicadas. Ghobadi se marcho ese año de su país ante las presiones policiales.

 

Completísimo y critico panorama de Irán, en un análisis que recubre de música la vida social, cultural y política, porque los contratiempos sufridos por los músicos son los mismos enfrentados por todos los ciudadanos. Quien desee solo concentrarse en contenido musical tiene aquí un catàlogo bastante aproximado de los ritmos y estilos que escuchan los jóvenes ese país.

Los actores Hamed Behdad, Ashkan Koonzad, y Negar Shaghaghi, dan vida a los personajes de los músicos de un film, que tal y como nos cuenta su mismo director, salió de la prohibición de sacar los animales domésticos de las casas, con la anécdota que los gatos persas gustaban sentarse al lado de las bocinas para escuchar música. 

Nadie sabe nada de Gatos Persas recibió en el 2009 el Premio del Jurado del Festival de Cannes “Una Cierta Mirada”, entre otros premios internacionales.

La historia de Los osos no existen (Khers Nist-2022-)) de Jafar Panahi se centra en una simple fotografía de una pareja que genera caos en un pueblo fronterizo de Irán. Su autor, un director de renombre que filma una película clandestina, es acosado por los vecinos para que la entregue. La solicitud inocente se empieza a tornar violenta y la idea de crear imágenes se vuelve cada vez más peligrosa.

Evidentemente que se puede ver esta obra desde una perspectiva emocional o centrada en las relaciones amorosas, pero aquí cada fotograma exuda una mirada y un trasfondo eminentemente político en donde Panahi disecciona las raíces del pensamiento político de quienes ejercen el poder en el país persa, de cómo esas ideas se filtran hacia la base de esa sociedad. 

La otra línea en que mueve la película es mostrar los alcances de la influencia de la imagen y la conciencia que tienen de ello los gobernantes y sus seguidores. Cada conflicto en la trama es desatado por una imagen o unas imágenes, todo gira alrededor de las imágenes y su capacidad discursiva o expresiva.  

Evadiendo las tentaciones de los trazos gruesos, el realizador se apoya, como los impresionistas, en la pincelada ligera, haciendo de este filme una metáfora dolorosa para quien ha vivido esas realidades como protagonista.  

Los osos no existen (Khers Nist) de Jafar Panahi es la respuesta política y estética de un cineasta a quien se le ha prohibido filmar, que ha sido encarcelado y censurado, sin que nada de esto le haya quitado su voluntad de diferir o de filmar, aunque en este último caso, ese rodaje fuese hecho de manera clandestina.

La lucha interminable de los cineastas iraníes

Se demuestra con estas películas, rodadas en unos ambientes que carecen de las condiciones ideales para expresarse con libertad, que la creación depende, en la mayoría de los casos, de la voluntad y de la disciplina del artista. 

Una larga lista de hacedores de cine de este gran país/ civilización se han enfrentado al poder armados solamente con imágenes, sonidos o la persistente certeza de su inalienable derecho a expresarse. Y pese a ello logran ser temidos por los autonombrados guardianes de los valores y de la pureza espiritual, quienes alegan ser los ungidos por las divinidades para gobernar.

Los cineastas iraníes se han convertido en portavoces de los reclamos populares; haciendo un cine que con una gran dosis de integridad artística y moral refleja con precisión el estado de cosas en el país de los persas.

 

 

 

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