Karla P. Ceballos
Ludwig Van Beethoven compuso su “Novena sinfonía” cuando ya estaba prácticamente sordo, hace 200 años. Tres años antes de su muerte en 1827, este formidable músico alemán crea esta obra maestra como un legado de los ideales que quiere expresar al mundo antes de su partida.
Lejos de lo que muchos puedan pensar, su vida en gran parte fue tortuosa y desequilibrada. Rodeado de abusos, problemas familiares, soledad, enfermedad y, lo que sería su más grande desdicha, una sordera que empeoraba con el pasar del tiempo, y que lo acompañó desde su juventud para el resto de sus días.
Beethoven, que murió a los 56 años de edad, fue un músico tan entregado a su pasión, que a pesar de esta “injusticia de la vida” como él mismo lo llamaba, interiorizó tanto la música que pudo ser capaz de crearla con tan sólo sentir las vibraciones de las ondas sonoras en su cuerpo y la ayuda de metrónomos y partituras. No necesitaba escuchar la música para saber cómo sonaba.
Lo que hizo de su emblemática composición “Novena sinfonía” sea una herencia histórica para el mundo, fue su manera de romper con todos los parámetros musicales de la época, pues en aquel entonces, en los años 1700’s, la música ya tenía patrones y estructuras que esperaban ser seguidas. Eran notas musicales medidas y orientadas a la estética, lo refinado y a lo sistemático.
Decenas de años han pasado y el público la sigue celebrando con igual pasión, como pasó la noche del jueves 10 de agosto en la sala principal del Teatro Nacional Eduardo Brito, que abrió sus puertas la noche del jueves en su 50 aniversario, que en conjunto con la Orquesta Sinfónica Nacional dirigida por José Antonio Molina y un coro de más de 100 voces rememoraron esta legendaria obra del arte clásico.
El concierto se presentó a casa llena, y también contó con la interpretación como solistas, de la soprano Natalie Peña Comas y la mezzosoprano Glenmer Perez, de República Dominicana; el tenor Tuomas Katajala, de Finlandia; y el barítono Günter Haumer, desde Austria. Cuatro eminentes voces que elevaron por todo lo alto este proyecto.
El arte siempre ha sido la forma más pura de expresión del ser humano y Beethoven, que traía consigo ideales de rebeldía, de cambio, de libertad e igualdad, logró transformar la historia de la música para siempre.
El renombrado músico llevó a escena una instrumentación que por primera vez, incluía un coro en su cuarto movimiento, que (en medio de la guerra europea que se vivía en ese momento), hablaba de paz, de la armonía y la unión entre las personas.
Su música, lejos de ser meticulosa y sistemática, era fuerte, expresiva, imponente y estruendosa, lo que despertó el amor y el odio de críticos, músicos, y allegados al arte en general.
Aún así, esto no detuvo esta nueva forma de expresión y fue el inicio de una nueva era para la música.
Ludwig había sido conocido hasta ese momento como un hombre arisco y malhumorado debido a las mismas adversidades que le había presentado la vida.
Encima de esto, decidió en sus últimos años en la tierra dejar una huella en la historia. Desde un deseo profundo de plenitud y sosiego para la humanidad, inspirado en el poema “Oda a la alegría” que 30 años antes había escrito el historiador Friedrich Schiller, el artista logró tocar con sus notas la sensibilidad de una sociedad en guerra y conflictos. Eso marcaría un antes y un después en la historia de la música.
Luego de 200 años, “La Novena Sinfonía de Beethoven” aún es capaz de conectar con las generaciones actuales, evocar sentimientos y emociones, trascendiendo entre el tiempo y las culturas.
Al día de hoy, se mantiene como una representación de la resiliencia, de la capacidad humana para crear belleza en medio de la adversidad, de esperanza y fraternidad.
Sobre la obra, Molina expresó que es literalmente imposible ser testigo de una interpretación de la Novena Sinfonía de Beethoven sin ser positivamente impactado para siempre por el milagro de esta obra que nos enriquece y nos transforma cada vez que tenemos la dicha de escucharla.
“Yo dirigí mi primera Novena de Beethoven en el año 1990, y desde entonces he tenido la dicha inmensa de dirigirla por lo menos doce veces, es decir, que he vivido por más de tres décadas con esta música, la que he estudiado y reestudiado. He descubierto y redescubierto pequeños y grandes milagros cada vez que abro esta partitura y les confieso que no me he cansado de ella ni siquiera por un breve instante”, comentó.
Asimismo, dijo que el idioma de esta obra no solo es perecedero en el tiempo, sino que antes, compositor alguno había estado tan cercano al concepto de la universalidad. “Celebrar el 50 aniversario de Teatro Nacional con la Novena de Beethoven es celebrar un nuevo aniversario de la existencia de la música misma”.