Francisco Domínguez Brito
Los intercambios de disparos cometidos por la policía nacional es la forma generalmente de denominar a las ejecuciones extrajudiciales que realiza la policía contra presuntos delincuentes. Ante el auge de la delincuencia, la presión social y la ineficacia del sistema penal de perseguir de manera efectiva el crimen, el último recurso es salir a matarlos.
El gobierno del presidente Abinader nuevamente recurre a este método ante la impotencia, la imposibilidad y la incompetencia de llevar a cabo una verdadera reforma policial, de iniciar una nueva ola de fortalecimiento al sistema penal y la negligencia en articular los poderes públicos, como el ministerio público, la judicatura y la policía, en estrategias coherentes que nos permitan tener éxito en la mejoría de la seguridad ciudadana.
Como vemos de nuevo recurrimos a la tradición de “matar a los delincuentes”, no vale la pena reiterar el por qué la hacemos, la respuesta es simplemente el fracaso del sistema penal. Lo que sí es importante resaltar es el por qué gran parte de la sociedad lo apoya o es indiferente ante esta barbarie y en segundo lugar el costo real de lo que esto significa para la sociedad.
En primer lugar, la gente está cansada de los malos, de los que roban y de los que matan. Si ellos matan, pues que los maten. Hay teorías jurídicas que “arrastradas” pueden justificar esta acción, matar al delincuente es “legítima defensa”, en consecuencia, no es totalmente malo, tenemos que protegernos, pues es su vida o la nuestra.
También pudiera haber una teoría biologicista, donde por la misma naturaleza de los seres vivos, donde los humanos no somos la excepción, hacemos desaparecer a los que se salen de las normas. Así lo hacen la mayoría de los animales. Por ejemplo, cuando en una manada de lobos, uno de ellos se sale de las normas, el lobo alfa, junto a los demás los elimina inmediatamente. Talvez esto también queda en nuestros genes, y matar los delincuentes es una reacción natural, como lo harían las abejas o las hormigas de los que no siguen las reglas y por eso lo apoyamos y lo aceptamos.
De todos modos, independientemente de teorías, la realidad es que esto se cuece a nivel de Estado y de las más altas instancias gubernamentales. Cuando los gobiernos reciben presión de la población de que no se está haciendo nada, cuando anuncian medidas y no se logra nada o cuando cambian de jefes de policía y tampoco se logra nada, entonces algo hay que hacer.
Sobre todo que cada actor responsable busca una excusa, cada uno tiene sus razones válidas, se justifica la policía de que los fiscales sueltan los delincuentes, los fiscales dicen que los jueces y los jueces que están mal instrumentados los expedientes. Desesperados los presidentes y ante las insinuaciones de los jefes policiales le proponen “la operación chapeo” y sin decir que sí, pero con un gesto o “un no, pero sí”, se inicia la cacería de los malos. Hasta ahí todo es aplausos, desde el palco aplaudimos, los ministros sonríen y el presidente tiene paz, pues logró sacar el tema de los medios y la reelección se quita un escollo del camino, sin embargo, aunque sabemos las consecuencias, de nuevo pisamos la misma piedra.
Las consecuencias de esta “política de chapeo” tiene un costo alto. El primero de ellos es destruir el estado de derecho, el segundo una violación grave al respeto de los derechos humanos, el tercero y esto es sumamente preocupante, le damos el poder a un grupo de hombres, ya perdidos mentalmente, de decidir quién es inocente y quien no, y matarlos si lo considera culpable. Y aquí quisiera detenerme, si el lector o el creador de opinión pública que me lee y que justifica esto se le dice toma un listado de veinte delincuentes y sal a sus casas, delante de sus hijos o de su madre o en una esquina y sal a matarlos probablemente diría que no.
Pero igual no a todo policía se le puede pedir esto, normalmente se buscan personas especiales, débiles de carácter o alienados, agentes policiales que lo asumen por presión o bajo el alegato de recibir órdenes, hombres que cuando matan el primero probablemente vomitan y entran en ataques de pánico, con los segundos y terceros muertos no duermen, luego se hace una rutina y al final se convierte en una pasión y una necesidad. Esta es la universidad perfecta de sicarios que acaban como la Soga o Cabrerita, los dos fallecidos, ex agentes policiales que al final terminaron trabajando como sicarios y al servicio del crimen organizado y el narcotráfico.
Son estos hombres casi analfabetos, de poca formación familiar y lleno de traumas los que al final deciden la vida de los demás , y como sabrán también ellos se equivocarán, son muchos los inocentes asesinados en hechos confusos, ejemplos hay cientos, no olvido el caso de dos hombres, que con camisetas roja iban en una motocicleta, con un estuche en la mano, por la avenida Kennedy lo confundieron con alguien que buscaban con una camiseta roja igual y un arma en un estuche, en este caso era un pastor y el estuche una biblia, los dos asesinados pensando los policías eran los criminales que buscaban. Dos familias destruidas por una camiseta roja y alguien que decidía sobre la vida y la muerte. Lo que sí nunca he visto, es un capo del narco caer en un intercambio de disparos, solo atracadores de la calle, delincuentes sin alma, ni familias e inocentes dignos, tan pobres y miserables económicamente como ellos.
De nuevo y como siempre vendrán los errores, sólo que mientras esos errores sean con gente pobre y de los barrios marginados, las lágrimas de esas madres no sensibilizarán a nadie, pues no harán nada de opinión pública. Pero tarde o temprano vendrá el error de uno de estos “sicarios de estado” que maten a un inocente que haga noticia, que sensibilice, que cause emoción o tenga padrinos y entonces se revierta la opinión pública.
Diremos, lloraremos e imploraremos como hace dos años del abuso a esa pareja de evangélicos en la autopista Duarte en los alrededores de Villa Altagracia o esa arquitecta asesinada en Boca Chica por la policía, pérdidas que duelen. Y diremos criminales a la policía y saldremos a las calles con carteles que digan “policía no me mates” y duraremos semanas hipócritamente lamentando como sociedad esos sucesos y entonces veremos cómo los presidentes se alteran, “eso no fue lo que hablamos” le gritan a los jefes policiales y suspenden la “operación chapeo”.
Entonces esos equipos de matar se ponen en receso, se van a sus casas con la conciencia tranquila de haber matado a decenas delincuentes para salvar a su país y mientras tanto en esas vacaciones o cuando sean requeridos de nuevo, esa maquinaria del crimen de matar, se dedica ya al mundo del crimen organizado, de los secuestros, la extorsión y el sicariato.
Con todo esto, el gobierno y el estado habría intentado cambiar de nuevo la percepción, tal vez lo habría logrado por unos meses, pero lo que en realidad logró fue seguir destruyendo el valor de la vida, el estado de derecho y la misma democracia.