Manuel Hernández Villeta
El año 2023 se inicia con grandes expectativas, temores, ansiedades, frustraciones, luchas ahogadas y esperanzas. Todos a una y todos por igual. Vivimos en un país de singularidades e individuales, donde todos tratan de sobrevivir a su manera. Sin embargo, es preciso que en los próximos doce meses dejemos a un lado el individualismo, y comencemos a pensar en el bien común.
Hay temores de hasta donde continuarán los fantasmas que atormentaron a la sociedad dominicana durante todo el 2022. Ahí están en primer lugar la violencia, el alto costo de la vida, el desempleo, los tropiezos de la educación y la corrupción.
La violencia y el raqueterismo hay que enfrentarlos con todos los recursos a mano. El descontrol en la seguridad pública lleva gran temor a los ciudadanos, Está poniendo casi de rodillas a la sociedad y eso no puede continuar así. Tiene que continuar el puño de hierro contra la delincuencia, sin caer en los extremos de las violaciones a los derechos humanos.
Se habrá fracasado si en el control de la delincuencia se echan al zafacón los aspectos fundamentales de los derechos humanos. La vida está por encima de cualquier consideración, no hay pena de muerte en el país. La policía, como auxiliar de la justica, tiene que detener a los delincuentes y someterlos a la justicia. Ahora, si le tiran plomo, no puede responder con perfumadas flores.
En cuanto al costo de la vida, son insoportables los aumentos desproporcionados en artículos de primera necesidad, y en los servicios. Hay indolencia de parte de los comerciantes especuladores y falta de autoridad por el gobierno que permite los reajustes.
La marginalidad extrema y la exclusión son el drama central de la vida dominicana, donde se expanden los efectos colaterales de la inseguridad ciudadana, del desempleo, de la falta de educación y de la ausencia de esperanza de una juventud atrapada sin salida.
Los dominicanos transitan por tierra resbaladiza. El camino está tapiado para los que no se abren a los nuevos tiempos. Los sordos y ciegos que no comprenden que el capitalismo sin rostro humano solo lleva a las confrontaciones. Los desarrapados de esta tierra piden redención, pero nadie clama en el desierto. ¡Ay!, se me acabó la tinta.