Sergio Sarita Valdez
El Museo Memorial del Holocausto, ubicado en los Estados Unidos, tiene en sus archivos un poema del reverendo germánico Martin Niemoller escrito a propósito de las primeras detenciones llevadas a cabo en territorio alemán por las fuerzas represivas hitlerianas. Transcribo fragmentos de la pieza literaria: “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas/ guardé silencio/ ya que no era comunista/ Cuando vinieron a llevarse a los judíos/ no protesté/ ya que no era judío/ Cuando vinieron a buscarme/ no había nadie que pudiera protestar”.
El cólera se considera una enfermedad hídrica, queriendo decir que el germen microbiano se transmite a través de las aguas contaminadas con heces de personas afectadas. El microorganismo responsable de la afección es un pequeño bacilo gram negativo aislado e identificado en la India por el médico microbiólogo alemán Robert Koch, quien fuera galardonado con el Premio Nobel.
El agente infeccioso es ingerido disuelto en líquidos, vegetales, pescados y mariscos. Esta bacteria se mantiene en la luz del intestino del enfermo sin penetrar en la sangre del individuo. Hace su mortífero efecto activando una enzima de la mucosa intestinal denominada Adenil ciclasa, la cual promueve la salida del torrente circulatorio de agua y electrolitos que conjuntamente con fragmentos de epitelio intestinal le dan al contenido diarreico un aspecto de agua de arroz.
Es tan rápida e inmensa la deshidratación que la persona afectada entra rápidamente en estado de shock hipovolémico que en pocas horas puede conducir al deceso. Son muchos los litros de suero que se requieren para mantener equilibrados a los pacientes, de ahí la alta mortalidad que acarrea este mal en infantes, niños y personas de edad avanzada.
En el año 2010 se registró una epidemia de cólera en Haití con un saldo catastrófico estimado en diez mil defunciones y más de 820,000 personas enfermas.
Las debilidades ancestrales inherentes a los sistemas sanitarios de la Hispaniola, conjuntamente con los efectos del calentamiento global, la pobreza centenaria, las embrionarias acciones que promuevan la salud en ambos lados de la frontera y los ineficientes e inoportunos servicios hospitalarios contribuyen a aumentar el luto epidémico.
Soy testigo físico de las primeras víctimas fatales dominicanas de aquella gran epidemia del cólera en Haití. No desearía volver a vivir semejantes momentos de incertidumbre insular. El desorden social, el grave estado de pobreza y la creciente hambruna que se viene registrando constituyen una real amenaza para la parte occidental de la Isla. No nos hagamos los desentendidos, lo que hace tambalear y colapsar a la sanidad haitiana se refleja directamente en nuestro territorio.
Sigamos insistiendo en que los organismos internacionales vayan en socorro del pueblo haitiano. De lo contrario, estemos preparados para las graves consecuencias que nos esperan. El Vibrio cholerae no requiere de pasaporte, ni de permiso migratorio para hacer su residencia en el territorio dominicano. Tampoco una valla electrónica lo detiene. Solamente acciones coordinadas entre ambos lados, las cuales deben abarcar suficientes recursos financieros, medicamentosos, de alimentos, educación, y muy especialmente un amplio y efectivo programa de saneamiento ambiental.
¡Barba en remojo dominicanos!