Humberto Almonte
Analista de Cine.
Al asomarnos a los círculos analíticos o al de los hacedores cinematográficos, nos asaltan conceptos y opiniones que mueven a una reflexión profunda por más que nos suenen conocidas tales palabras, dichas por entes protagónicos a los que les otorgamos credibilidad por su conocimiento del tema que tienen estos opinantes y realizadores.
¿Somos originales en las críticas? ¿Nuestras opiniones no están sesgadas por las relaciones primarias o los intereses como hacedores y pertenecientes a la industria? ¿Nos hemos tomado el tiempo suficiente para reflexionar sobre una película? ¿El conocimiento detallado al extremo de un tema, lastra el análisis y lo vuelve excesivamente particular? Estas son algunas de las preguntas que nos surgen al oír a los analistas y hacedores discurrir acerca de esta o aquella película.
El peligro de interrogarse en voz alta y delante de los protagonistas anteriormente mencionados, es que podemos vernos envueltos en esos rifirrafes sin fin que crean obstáculos y grietas entre los participantes de la discusión. Esto nos da una idea de la sensibilidad sobre tales temas.
Los críticos, analistas y creadores deben guardar una distancia prudente para que la cercanía no afecte los juicios, pues de los apandillamientos y maridajes surge un espíritu de cuerpo que nubla la necesaria visión crítica a la hora de acercarse a cualquier obra. La exigencia es mantener la mirada analítica lejos de la concupiscencia y las relaciones peligrosas, lo que produce resultados conceptuales mediocres.
En algún momento se entendió que el margen de cercanía entre analistas y creadores cinematográficos debía ser más estrecho. Esto ha redundado en conciliábulos que a su vez producen opiniones complacientes y al gusto de los hacedores de cine, desvirtuando la misión de estos profesionales que degradan su ejercicio profesional en búsqueda de una aprobación que los valide delante del gremio creador.
La mirada autocritica.
La idea no es renunciar a la aspiración de originalidad ni pretender que los cineastas o críticos renuncien, a pensar de acuerdo a sus intereses y mucho menos a herramientas que pueden ser útiles a la hora de acceder al análisis de esta o aquella película. Todos sabemos que la originalidad es un proceso arduo, pues aunque tomemos de aquí y de allá, las opiniones salen del procesamiento reflexivo de ideas propias y extrañas, el resultado es un planteamiento original si se hace desde el rigor y la ética.
Los altos niveles de producción exigen al colectivo analítico una mayor ocupación temporal ojos/hora para cubrir o tratar de hacerlo. Algunos lo logran en cierta medida, sin embargo, son cada vez más visibles los rasgos de una adicción a las corrientes predominantes; en un caso los volúmenes extensos de consumo y visionado han producido una disminución en la calidad de los textos, y en el otro, un grupo que ha elegido limitar las cantidades volviéndose más crípticos e ininteligibles. Mantenerse en una posición de equilibrio es una lucha permanente para quienes no desean caer en esas arenas movedizas.
Las discusiones e intercambio de pareceres suelen ser feroces y en tonos altos, en ocasiones dentro de la crítica entre los realizadores o entre ambos colectivos, lo que causa no pocas contradicciones con algunos polemistas de piel fina y sensibilidad exacerbada que deriva en que estos personajes asuman como personal lo que no es más que un ejercicio profesional, un peligro del que no nos libramos quienes navegamos en este tormentoso mar de imágenes, no sé si del subdesarrollo.
“Rizar el rizo” siempre ha sido una debilidad de los puristas del análisis, quienes en su perplejidad conservadora deudora de Funes, el memorioso, y en su detallismo extremo compiten con los partidarios de la acera contraria, esos del “laissez faire”, el dejar hacer y dejar pasar, en sus endebles aproximaciones a las obras cinematográficas. Ambas líneas de pensamiento son el anverso y el reverso de la forma de ver el cine, y ambas carecen de esa perspectiva amplia, algo necesario para quien analiza.
La convivencia con los hacedores de cine en un espacio tan reducido como el de la cinematosfera dominicana, hace que los roces y desacuerdos sean más personalizados que en otras industrias cinematográficas de mayor tamaño y desarrollo. Tardaremos un cierto tiempo, o quizás no, para que al externar una observación sobre una película en particular, su director no asuma que uno “se llenó de odio” contra él o su hijo creativo.
Análisis y creación en RD.
Una de las equivocaciones más comunes es querer imponer su particular forma de hacer las cosas, invadiendo el área profesional de los otros, cuando cada una de estas colectividades poseen su manual de usos y costumbres. Siendo así, ni un realizador debe trazar pautas de cómo abordar una crítica, pero mucho menos la compulsión de algunos analistas al usar el método de “el realizador debió hacer esto o aquello, según yo”.
Las idas y venidas en la crítica o el análisis, las relaciones entre creadores y analistas, las diferentes conceptualizaciones sobre el hecho analítico, son temas perennes a los que hay que volver una y otra vez, pues como afirma Borges en un poema: «Nuestra historia cambia como las formas de Proteo», y las formas del análisis y la industria del cine dominicano cambian en el segundo que apartas tu mirada de las pantallas.