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Santo Domingo

Si yo fuera presidente (consejos a los que aspiran)

Francisco Peña Guaba

Inicio este artículo de opinión dejando claro que soy de los pocos dominicanos que no le interesa, de modo alguno, aspirar a la silla de alfileres, por lo cual el único fin de la presente reflexión es analizar de forma coloquial los acostumbrados ditirambos que acompañan a la parafernalia que se cierne sobre todos aquellos que tocan el cielo al llegar al Olimpo del poder en esta singular República.

No sé si las largas estadías al frente de la administración pública de unos pocos mandatarios moldeó el carácter idiosincrático de nuestro pueblo que, gobernado la mayor parte del tiempo por autócratas, acentuó la cortesanía de la amplia mayoría de nuestros ciudadanos hacia estos muy pocos afortunados del destino.

Es que de 178 años de Independencia que tiene esta media isla solo 5 hombres fuertes, a saber: Pedro Santana, Buenaventura Báez, Ulises Hereaux, Rafael Leónidas Trujillo y Joaquín Balaguer, nos condujeron en suma por 90 años, es decir más de la mitad de nuestra vida republicana, y es por ello que en el imaginario popular de nuestros nacionales persisten esas taras antidemocráticas, porque en esta nación han sido las dictaduras el estado natural en qué hemos vivido.

Solo así podemos explicarnos por qué casi la generalidad de los que han llegado al poder son los que tienen las mayores posibilidades de volver a él. Simple, ya que en nuestro país solo se toma como referencia el pasado para evaluar quién debe dirigirnos en el futuro, es por esto que casi siempre se pudiese tipificar como “accidentes históricos” cuando han logrado subir las escalinatas del Palacio Nacional aquellos que no estaban signado para ello, por su total o parcial divorcio con los anteriores entramados del poder y que tuvieron la buena estrella de que la providencia los acompañara para lograrlo, aunque fuese fugazmente.

No sé si es esa capacidad especial de nuestra población de sobrevivir al infortunio o a las dictaduras que nos ha convertido a la amplia mayoría de ciudadanos en serviles del mandante de turno, a lo que muy pocos nos atrevemos a contradecir, pues casi nadie en este país quiere estar del lado opuesto de dónde está el poder.

Es por ese accionar lisonjero que nos retrata a cuerpo entero que los dominicanos convertimos a nuestros presidentes en semidioses, dueño de vidas y haciendas por cuatro años, y si logra reelegirse será así por todo el periodo en que se le extienda su contrato de arrendamiento en la mansión de Gazcue.

Es que todo el que recibe tantos halagos al día, el que escucha el permanente taconeo’ que en firme atención le hace en saludo un oficial superior concomitante con la exclamación “a sus órdenes jefe”, y la habitual cortesanía de todos los sectores de la nación y hasta de la oligarquía, tiene que perder por lógica de la vida la perspectiva de la realidad, porque vivir en una constante adulación le hace cambiar el pensar hasta el más reflexivo o cuerdo de los mortales.

Por la experiencia de haber conocido a los últimos 8 presidentes, incluyendo al actual gobernante y de haber sido cercano colaborador de algunos de ellos, es que me he formado un juicio, convicción o idea práctica que bien le pudiese ser de utilidad para los que les toque el turno bate en el futuro y así evitar ser tristemente atrapados por el “síndrome de Hubris”, que le construye un desmesurado ego, que los hace creerse imprescindibles, muchas veces por encima del bien y del mal.

Me sorprendió, sin embargo, que existan formaciones profesionales para el ejercicio de la política, dirigido a quiénes tienen como meta llegar al gobierno. Así me lo hizo saber el rector general de la prestigiosa Universidad Panamericana de México, el doctor José Antonio Lozano Diez, desde donde se imparten clases para obtener el grado de licenciados en Gobierno, para que posibles aspirantes a cargos electivos y posibles futuros estadistas cuenten con las habilidades que les permitan comprender a fondo cuestiones en los ámbitos políticos, sociales, jurídicos y económicos, para que tengan la capacidad de integrar tales conocimientos en la práctica y sepan cómo manejar el poder con vocación de servicio y, sobre todo, cómo prepararse a bajar de los altos cargos cuando les toque.

El más sensato de todos los que han llegado a ser presidentes que he conocido ha sido el doctor Leonel Fernández. Es precisamente esa una de las razones de mi admiración por él, porque a casi todos les vi la soberbia o altivez de aquellos que se olvidan de sus orígenes, de los amigos que los ayudaron a llegar ahí y el cumplir las promesas hechas al electorado que les votó.

De estos gobernantes que he tenido el honor de conocer, les puedo decir que el doctor Joaquín Balaguer, amo después del generalísimo Rafael Leónidas Trujillo como nadie el poder, de don Antonio, Salvador, Jacobo e Hipólito trataron infructuosamente de volverse a reencontrar con él mismo, mas fueron Leonel y Danilo los únicos que en democracia les acompañó nueva vez la suerte, gracias también a que contaron con una verdadera maquinaria política y electoral, más una fina agudeza para lograrlo.

Veo con pesar como casi todos los que llegan al ala este del segundo piso de la Casona de la calle doctor Báez se creen predestinados y, olímpicamente, desde que llegan al poder van a granjearse por sus prepotentes acciones innecesarios enemigos, consiguiendo perder a la vez hasta la estima ciudadana.

Visto tan de cerca esos repetitivos yerros de nuestros gobernantes, les sugiero los siguientes consejos a la persona que le toque gobernar para que tenga entre sus asesores principales a un biólogo, un psicólogo y/o psiquiatra, un auténtico consejero espiritual, un historiador, el más desinteresado familiar o cercano amigo, y un contradictor que sin mala fe mantenga sus posturas irreverentes. Veamos las razones:

El papel del biólogo es fundamental, y más para aconsejar a aquel que debe comprender necesariamente por sus grandes responsabilidades la naturaleza humana. Esos profesionales son los principales estudiosos de los procesos vitales de los seres vivos; estos como nadie conocen el accionar y las interacciones con el entorno de los mismos. Es la biología humana la que estudia la herencia genética de las personas y sus procesos de maduración y envejecimiento, lo que ha convertido hoy a la biología política en la más asertiva interdisciplina de las ciencias sociales. Los biólogos pueden predecir cuál será la reacción ante cada situación de todos los seres vivos, incluyendo especialmente los de la raza humana;

El estrés por el demandante trabajo, las usuales reacciones ante ataques recibidos y la proverbial intolerancia a la crítica hace de los presidentes los más necesarios pacientes de los profesionales de la psicología y la psiquiatría, pues estos lo ayudan a encauzar y conocer su papel de mediadores sociales, y le previenen cualquier trastorno mental que dé atisbos de aparecer, teniendo muchas veces la necesidad de tratar la natural ansiedad que les produce a los mandatarios “el peso del mando”;

Todo hombre de poder debe tener un real consejero espiritual, no importando la confesión cristiana que profese, que les ratifique permanentemente en sus oídos hasta que le retumbe la rotunda contestación de Jesús “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios ”(Mt. 22, 21), porque desde el poder hay que respetar la vida humana, y cosas que suceden a diario que estos deben dejarle a los justos designios del Señor, pues las iras presidenciales son altamente peligrosas, ya que han sepultados a no pocos y han logrado apostrofar a muchos, por lo que para gobernar con sabiduría se tiene que mantener una actitud de contemplación a Dios y de respeto a sus leyes divinas;

Quien gobierna sin memoria histórica, actúa sin brújula, el conocimiento de los antecedentes tienen un valor invaluable, porque “el pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla”, se hace muy necesario para quién desea gobernar asertivamente, el consultar continuamente un desapasionado cronista o historiador, que le presente paralelismos históricos de situaciones ocurridas en el pasado con las del presente;

Es innegable el peso de la opinión de la familia para casi todos los que llegan al Olimpo del poder, pero los presidentes deben hacerse aconsejar e informar de los que muestren más desinterés económico y de la búsqueda de influencias, porque estos querrán lo mejor para él, le dirán cuanto pase en su entorno y les podrían advertir las consecuencias de su permisividad con parte de sus cercanos familiares y colaboradores, no hay cosa que influya más negativamente en las decisiones de un hombre de poder, que los suyos; y

El presidente que solo se rodea de alabarderos, de vulgares oportunistas y de amigos de ocasión, verá cómo estos lo llevan a su tumba política y hasta en lo personal, a esos no les importa la suerte de su jefe, solo les interesa su bienestar personal; como las meretrices que ofrecen sus favores sexuales y hasta simples caricias solo por retribución económica, es por esto que quien gobierna debe tener también algunos amigos contradictores, de esos que no se guardan nada y que con respeto, pero sin miedo se atreven a decirles lo que está pasando con su gestión gubernativa, y lo que piensan de verdad su pueblo sobre su mandato y persona, porque existe, más que comprobado, un código o complicidad del silencio entre los integrantes de los anillos presidenciales, a los fines de evitar a toda costa, que estos se den cuenta de la verdadera realidad, porque estos siempre le desean vender al primer mandatario de la nación, que su administración es una panacea.

Vi el accionar de nobles presidentes cuyo entorno los hizo temporalmente cambiar de actitud, como el bonachón de don Antonio que le sugirió a mi padre que no le visitara en el Palacio, después de que con su liderazgo este lo instalara allí, o los que le produjeron el alejamiento de su hermano de lucha, Jacobo Majluta, o los que llevaron a mi estimado Salvador Jorge Blanco que acordara a hurtadillas el “Pacto La Unión” con Jacobo, en desconocimiento de mi progenitor, o los que condujeron a mi apreciado amigo el expresidente Medina a las sendas de la derrota y casi autodestrucción al instarle negarle el natural y correcto apoyo a su compañero de partido Leonel Fernández, que en contraposición a esa alevosa actitud en tres ocasiones previamente (años 2000, 2012 y 2016) había apoyado a Danilo para que se convirtiera en inquilino de la mansión de Gazcue.

Casi todos los presidentes nuestros, sobre todo los de los últimos 60 años, han terminado sus carreras aporreados por los mismos ciudadanos que los llevaron ahí o víctima del fatalismo que se enseñorea, por falta de discernimiento racional.

Se dejan arrastrar por los intereses económicos, las rencillas personales y odios sin sentido de sus más cercanos colaboradores y amigos del cargo, que después que llegan los tiempos de infortunios se quieren lavar las manos como Pilatos, por su infame actuación al instar a hombres buenos, con su supina intención a accionar en contra de sus auténticos o verdaderos amigos, de sus propios humildes compañeros de partido, más que nada en contra de sus orígenes o raíces, y tristemente en el lado opuesto de la historia.

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